sábado, 20 de abril de 2013

UN POCO DEL AMOR DE DIOS HACIA LA MUJER

Cuando los bárbaros Godos entraron a Roma a devastarla, muchos acusaron al cristianismo por dicha catástrofe, argumentando que la invasión era culpa de las creencias cristianas y el rechazo a los dioses romanos. Al notar esto, Agustín de Hipona decidió defender la "ciudad de Dios" (la fe cristiana) en oposición a la ciudad de los hombres (Roma) que había caído en la desgracia, la depravación y la corrupción.
En su defensa, Agustín aprovecha para dar cuenta de algunos inconvenientes relacionados con el maravilloso amor de dios. En particular, los paganos cuestionan la férrea defensa de dios por parte de los creyentes cuando estos han sufrido las mismas torturas y catástrofes que los demás a manos de los bárbaros, y dios no ha movido un solo dedo para protegerlos o ayudarlos.
En estas defensas agustinianas, me resulta particularmente curioso el amor de dios para con las mujeres que han sido violadas por los bárbaros. Veamos que dice Agustín al respecto:
CAPÍTULO XXVIII
Razones de Dios al permitir que la lujuria del enemigo pecase contra los cuerpos de las vírgenes.

1. No sintáis fastidio de vuestra vida, fieles a Cristo, si vuestra castidad llegó a ser la burla del enemigo. Teneís motivos de una grande y auténtica consolación si menteneís la convicción firme de no haber participado en los pecados cometidos, contra vosotros. Pero podeís preguntar el porqué de esta permisión. He aquí la respuesta: ¡Qué profunda es la providencia del creador y gobernador del mundo! ¡Qué insondables son sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! No obstante, interrogaos sinceramente desde el fondo de vuestra alma a ver si tal vez no os habéis engreído, con aires de superioridad, del don de vuestra integridad, o de vuestra continencia viudal o de vuestro pudor conyugal, y a ver si, llevadas por el halago de las alabanzas, no habéis tenido envidia en elte punto de algunas otras mujeres. No pretendo ser acusador de lo que ignoro, ni he oído tampoco la respuesta que os da el corazón a estas preguntas. Pero si responde afirmativamente, no os maravilléis de haber perdido aquello con lo que pretendíais suscitar la admiración de los humanos, y de haberos quedado con lo que ellos ya no pueden admirar. Si no habéis prestado vuestro consentimiento a los que estaban pecando, es que el auxilio divino prestó ayuda a la divina gracia para no perderla, y el oprobio humano sucedó a la humana gloria para no amarla. En ambos casos, consolaos, mujeres atemorizadas: allá fuisteis probadas, aquí castigadas: allá fuisteis santificadas, aquí corregidas.
Aquellas, por el contrario, que después de interrogar a su corazón pueden responderse que nunca se han enorgullecido de la excelencia de la virginidad, o de la viudez casta o del recato conyugal, sino que, atraídas más bien por lo humilde, se han alegrado con temblor de este don divino, sin envidiar en nadie la excelencia de una santidad y castidad iguales; antes bien, dejando a un lado la humana alabanza (que tanto más suele prodigarse cuando la virtud alabada es más infrecuente), han optado por crecer en número, más que por sobresalir un grupo reducido de ellas; tampoco estas, digo, que se han conservado íntegras, si la lujuriosa barbarie ha hecho presa en alguna de ellas, deben quejarse de esta permisión, ni creer que Dios echa en olvido tales vilezas porque permite lo que nadie comete inpunemente.
Por cierto que a algunos, como si fueran lastres de los depravados apetitos, se les deja rienda suelta por un juicio divino, oculto en el tiempo presente, pero quedando reservados para el último y publico juicio. Quizá, quizá, estas últimas, muy conscientes de no haberse engreído por el don de la castidad, pero que han padecido la violencia hostil en su propia carne, tenían alguna escondida debilidad que, en caso de estar libres de tal humillación en el curso del saqueo de Roma, podría haberse traducido en humos altivos de soberbia. Así como algunos fueron arrebatados por la muerte para que la maldad no pervirtiera su inteligencia, así en alguna de estas mujeres se le arrebató un tanto de su honor por la violencia para que su situación ventajosa no ocasionara la perversión de su modestia.
Así que tanto a unas, que ya se enorgullecían por no haber sufrido en su carne ningún contacto obsceno, como a las otras, que se podían tal vez enorgullecer si no llegan a sufrir el atropello brutal de los enemigos, a ninguna se le arrebató la castidad, sino que se le inculcó humildad. A las primeras se les curó la inchazón latente; a las segundas se les preservó de una hinchazón inminente.
(Agustín de Hipona. "La Ciudad de Dios". libro I, capítulo XXVIII, negrillas mías)
Primero Agustín nos da la obvia respuesta de siempre, la misma que dios le da a Job en la biblia después de hacer fiesta con el pobre tipo solo porque se le dio la gana de jugar con el diablo: Mis caminos son misteriosos e insondables! Vaya respuesta...
Luego, no se qué retorcida noción de "consolación" tenía este santo apologéta de la iglesia cristiana, pero defender a dios echándole la culpa a las mujeres me parece simplemente atroz. Si violan a una mujer es, o porque se siente muy orgullosa de su virginidad o recato, o porque está siendo puesta a prueba, o porque de no ser violada se va a ufanar de eso ante otras que si lo han sido. En cualquier caso, la violación no es un crimen permitido por dios, sino la manera que este encuentra para inculcar humildad en la mujer.
Que bello es el amor de dios....

1 comentario:

  1. Siempre resulta llamativo cómo la ciudad (Babilonia, Roma) ha sido la metáfora de lo que desprecia el cristianismo.

    Claro que no podía ser de otra forma en una superstición nacida y alimentada con analogías campiranas de rebaños, pastores y ovejas.

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