miércoles, 28 de octubre de 2015

CONSIDERACIONES FILOSÓFICAS SOBRE COMPORTAMIENTO VIAL



La condición de peatón es, sin lugar a dudas, la más vulnerable que las personas podemos adoptar al salir a transitar por las calles de cualquier ciudad.

Todos y cada uno de nosotros, en algún momento de nuestras vidas hemos sido, somos o tendremos que ser peatones.

No es complicado demostrar las dos afirmaciones anteriores. El peatón, además de estar "expuesto" a las condiciones climáticas, entre otras (entrecomillo la palabra por ser algo fuerte para lo que se quiere representar, ya que no es que sea un problema aterrador), está expuesto a un factor de riesgo mucho más elevado que el de los demás actores viales; a saber, ciclistas, motociclistas, automovilistas, y transporte público en general; ya que lo único que tiene para hacer frente a cualquier eventualidad presente en su camino es su propio cuerpo. No usa (y no creo que una opción razonable sea pedirle que lo haga) casco, rodilleras, chalecos protectores, o ningún otro aditamento que lo proteja de cualquier peligro.

La segunda es aún más fácil. Por más que la vida moderna nos haya abocado a la pereza y la baja actividad, es prácticamente imposible que cualquiera de nosotros pueda pasar un solo día sin ser peatón, así sea recorriendo solo unos cuantos metros.

Es por estas dos consideraciones especiales de la condición de peatón (universalidad y vulnerabilidad) que considero que vale la pena pensar en un trato especial -preferencial, si se quiere- para con el peatón cada vez que nosotros estemos interpretando alguno de los otros papeles.

Por supuesto, lo deseable sería que el peatón, en tanto actor vial con derechos, pero también con deberes, se comportara de la mejor manera posible, y siempre atendiendo a los requerimientos que la ley le impone para protegerlo, por ser su condición tan vulnerable. Pero, dado que aquí no está en juego un mero capital de honor (v.gr. lo que el peatón se juega al incumplir una norma de tránsito no es un simple madrazo), sino que puede ser la vida misma, y en el menor de los casos heridas de consideración, planteo que la mera aplicación de la ley debe pasar a un segundo plano para darle prioridad a una condición mucho más básica y humanitaria: la preservación de la vida y la integridad física de otro ser humano.

Esta condición podría expresarse a la manera de Andrés Páez en su texto "Eutanasia y Subjetividad" (Ideas y Valores. p. 22) con el "principio moral subjetivo": 
Si una persona tiene la capacidad de proporcionar ayuda sin correr ningún riesgo, sin poner en riesgo a otras personas y sin hacer ningún sacrificio significativo, y el único resultado de su ayuda es extremadamente bueno y la única consecuencia de no ayudar es extremadamente mala, esa persona tiene la obligación moral de proporcionar ayuda.
¿A qué me refiero con esto? No debe entenderse como un "todo vale" para el peatón, y que se comporte como le venga en gana. Al contrario, la culturización del actor peatonal también debe ser un objetivo básico de cualquier comunidad; pero sí podría haber ciertas concesiones (no carentes de una debida reprimenda) cuando el peatón cometa imprudencias, o cuando, en desarrollo de un correcto tránsito así las requiera.

Empecemos con las imprudencias, por ser tema más álgido. Dependiendo de la imprudencia, cuando un conductor de auto, moto o bicicleta las comete, se está exponiendo desde riesgos mínimos hasta la pérdida de la vida. Sin embargo, los pequeños errores por lo general no se pagan más que con daños materiales, y en el caso de motos y bicicletas probablemente con algún raspón. Pero para el peatón, la situación es muy distinta. Un leve descuido en un cruce, una imprudencia por un afán, y en el mejor de los casos estamos ante heridas menores, pero heridas al fin y al cabo. 

Sin embargo, estos accidentes por lo general no involucran solo la imprudencia peatonal. Aquí en Colombia, por ejemplo, me parece que estamos muy acostumbrados a pensar las normas de tránsito como aplicables entre iguales. Por ejemplo, un límite de velocidad se respeta en la medida en que un choque a alta velocidad con otro auto por lo general es desastroso, pero pocas veces se piensa como una medida para que, en caso de sobrevenir algún imprevisto en la vía, el conductor tenga el espacio y el tiempo necesarios para realizar una maniobra que evite un desastre. En ese sentido, no es lo mismo que un peatón cruce imprudentemente ante un auto que se desplaza a 120 km/h que frente a uno que lo hace a 80 km/h.

Así pues, un correcto cumplimiento de las normas de tránsito por parte de conductores de cualquier tipo de vehículo, y un poco de sensatez, podrían evitar muchas personas lastimadas. Se puede alegar que el auto tiene la vía, que el peatón cruza por sitios indebidos, que hay puentes peatonales a 2 metros de distancia, que el semáforo está en verde... pero considero que, antes las posibles consecuencias (heridas y muertes), se puede suspender el pensamiento puramente deontológico del acto vial y reemplazarlo con una consideración un poco más humana, empática si se quiere, aplicando el principio moral subjetivo, y corregir al peatón de palabra, pero conservando su vida y su integridad física.

Si nos remitimos al principio moral subjetivo, podemos pensar que si un conductor (del vehículo que sea) no está arriesgando su propia vida, no está arriesgando la de los demás, y lo único que va a sacrificar serán unos cuantos minutos de su tiempo al frenar y dejar pasar a un peatón imprudente, y las consecuencias que puede evitar son personas lastimadas, o incluso muertas, podemos considerar que es un deber moral dejar de lado todas las externalidades que le permiten seguir avanzando (semáforos, señales, el hecho de que no es un cruce permitido o que haya puentes peatonales) y propender por el bienestar de esa otra persona.

Un pensamiento similar (aunque menos fatalista) se puede aplicar en los casos en los que el peatón no está en riesgo inminente, pero el conductor está en capacidad de realizar una acción que beneficie al peatón. Pensemos, por ejemplo, en los cruces donde no hay semáforos ni puentes. El peatón puede estar cruzando "lícitamente" por una esquina, pero al no haber señalizaciones, está atado a la buena voluntad de algún conductor que le permita pasar. Aquí el principio moral subjetivo no aplica, puesto que no hay resultados extremadamente buenos ni extremadamente malos que se desprendan de las decisiones tomadas, pero un conductor tampoco está haciendo un enorme sacrificio al detenerse y dejar cruzar a una persona que se desplaza a pie. Aquí estamos ante un acto más de "buena onda" que de humanidad. No hay vidas en riesgo, pero hay actos que pueden contribuir a un ambiente más ameno en las calles, y que no requieren enormes sacrificios.

Podría preguntarse en este punto, ¿por qué darle consideraciones especiales al peatón y no al ciclista, por ejemplo, que también está expuesto y en riesgo? Pienso que se le pueden dar al peatón por la segunda afirmación del principio del texto: su universalidad. Todos somos peatones en algún momento, pero no todos somos ciclistas. Además, esa universalidad también implica que el papel de peatón lo puede desempeñar cualquiera, en particular niños, personas enfermas o con discapacidades, y adultos mayores. Puede que un peatón en la flor de su vida y en excelente estado físico nos exaspere con su imprudencia y nos invite a prescindir de todo lo anteriormente dicho, pero un niño también es muy propenso a cometer una imprudencia, o un adulto mayor, o una persona con discapacidad visual o auditiva, por poner ejemplos; y en un escenario real nos puede costar mucho trabajo distinguir estas particularidades. ¿No es mejor tratarlos a todos con el mismo rasero y procurar preservar la vida y la integridad física de todos los que nos encontremos en el camino? De nuevo, no suena como un enorme sacrificio de parte nuestra, y sí podría traer enormes beneficios a nivel social.

Para finalizar, es obvio que esto no hará que todos los accidentes peatonales desaparezcan, habrá hechos imposibles de evitar y con los que tendremos que lidiar, pero sí pienso que una actitud más humana y menos deontológica al salir de casa nos puede ayudar a tener una convivencia más armónica, y a sobrellevar de mejor manera el caos vial que tenemos que vivir a diario. Si cree que andar frenando en cada esquina lo va a demorar mucho, haga cuentas y salga unos minutos más temprano de casa; tal vez hasta adquiera mejores hábitos temporales y empiece a llegar temprano a todas partes.

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