la vida del hombre es un perpetuo combate, no solo contra males abstractos, la miseria o el hastío, sino contra los demás hombres. En todas partes se encuentra un adversario. La vida es una guerra sin tregua, y se muere con las armas en la mano.
Trabajo, tormento, pena y miseria: tal es durante la vida entera el lote de casi todos los hombres. Nada hay verdaderamente digno de envidia, ¡y cuántos merecen lástima!
El mundo es el infierno y los hombres se dividen en almas atormentadas y diablos atormentadores.
Un dios como ese Jehová, que por su capricho y con ánimo alegre produce este mundo de miseria y de lamentaciones, y que aún se felicita y aplaude por ello, ¡esto es demasiado! Consideremos, pues, desde este punto de vista a la religión de los judíos como la más inferior entre las doctrinas religiosas de los pueblos civilizados; lo cual concuerda perfectamente con el hecho de que también es la única que, en absoluto, no tiene ninguna huella de inmortalidad. Porque el Creador, no solo ha creado el mundo, sino también la posibilidad misma; por consiguiente, hubiera debido hacer posible un mundo mejor.
La miseria que llena este mundo, protesta a gritos contra la hipótesis de una obra perfecta debida a un ser infinitamente sabio, bueno y poderoso. Si queréis tener siempre a mano una brújula segura a fin de orientacion en la vida y considerarla sin cesar en su verdadero aspecto, habituaos a considerar este mundo como un lugar de penitencia, como una colonia penitenciaria.
El amor, las mujeres y la muerte - Arturo Shopenhauer
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